¿Qué tienen en común la Gioconda, Cien Años de Soledad (o más bien One Hundred Years of Solitude) y la moral que procura que los indígenas no deben perder sus costumbres y forma de vida por la intervención ajena?
Parece adivinanza de chiquillos, ¿verdad? Pero creo que si hay algo que las une. Mi respuesta es: la mirada del otro. Esa mirada del otro que cambia todo el sentido del objeto.
Ver a la Mona Lisa es como cuando un grupo de gente se para en la calle a ver un mismo punto curioso en el cielo. Uno no sabe bien qué es lo que está mirando, pero no se quiere quedar atrás. Sin lugar a dudas, la obra Da Vinci tiene méritos más que suficientes, pero fue la mirada de los otros la que transformó y trastornó a la Gioconda. El Louvre es este templo del arte, y millones peregrinan allí para ignorar la gran mayoría de la colección, pero eso sí, nunca irse sin ver por 10 segundos el cuadro de dimensiones modestas, vidrio antibalas, escoltado por miles de turistas. Una mina de oro, sin duda. La Mona Lisa se nos refrió: ahora es kitsch.
Leer Cien años de Soledad es un deleite. Ver cómo es consumida en el mundo desarrollado da náusea. Como la Giocanda, no es algo que hay que experimentar por el goce literario o artístico, sino que es algo que hay que consumir porque es el referente, (parce que il faut...) si no es eso... es Allende. Es experimentar a la América Latina inventada, la del tour mágico y misterioso (el otro), la que ahora queda como una guía turística de Lonely Planet. Esa mirada, esa forma de ver la cosa, le cambia el sentido. Este tal vez no es el caso para un colombiano, tal vez tampoco para un latinoamericano, pero sí para la mayoría que ven con otro lente (¿egoísmo cultural el mío?).
Ver las cosas así, fue lo que me llevó a asociar el último símil de la cadena. Recuerdo a través del tiempo tantas frases y conversaciones y ahora lamento no haberlas recopilado más sistemáticamente: “es que si uno ve a un indígena con botas ya no es indio”, “¡cómo es posible que tengan casitas pequeñas y antenas de televisión satelital!”, “hay que dejarlos conservar su artesanía”, “beben guaro como nosotros”, “debería dejarlos tranquilos en la montaña, para que no pierdan su lengua y sus costumbres”.
También en algún momento leí que era muy cómodo querer que conservaran su cultura y querer conservarlos así “puros”, como de museo, porque la mayoría de nosotros podemos ir a casa en la noche, dormir tranquilos y cómodos sabiendo que ese legado, duerme también y se preserva allá en alguna parte de la montaña.
En el “mainstream”, se da la bienvenida al producto parte la Escuela de lo Exótico. Ese es nuestro rol asignado. Escuela camaleónica que pasó del mágico (no del González), al revolucionario, más recientemente a lo femenino y ambiental (espero que no me tomen por misógino y destructor, ese no es el punto) y también al realismo de los imigrantes, delicuentes en sus variaciones y droga (cultivo y tráfico, experimentación, uso personal destructivo, uso recreativo, vidas perdidas... etc.).
Parece adivinanza de chiquillos, ¿verdad? Pero creo que si hay algo que las une. Mi respuesta es: la mirada del otro. Esa mirada del otro que cambia todo el sentido del objeto.
Ver a la Mona Lisa es como cuando un grupo de gente se para en la calle a ver un mismo punto curioso en el cielo. Uno no sabe bien qué es lo que está mirando, pero no se quiere quedar atrás. Sin lugar a dudas, la obra Da Vinci tiene méritos más que suficientes, pero fue la mirada de los otros la que transformó y trastornó a la Gioconda. El Louvre es este templo del arte, y millones peregrinan allí para ignorar la gran mayoría de la colección, pero eso sí, nunca irse sin ver por 10 segundos el cuadro de dimensiones modestas, vidrio antibalas, escoltado por miles de turistas. Una mina de oro, sin duda. La Mona Lisa se nos refrió: ahora es kitsch.
Leer Cien años de Soledad es un deleite. Ver cómo es consumida en el mundo desarrollado da náusea. Como la Giocanda, no es algo que hay que experimentar por el goce literario o artístico, sino que es algo que hay que consumir porque es el referente, (parce que il faut...) si no es eso... es Allende. Es experimentar a la América Latina inventada, la del tour mágico y misterioso (el otro), la que ahora queda como una guía turística de Lonely Planet. Esa mirada, esa forma de ver la cosa, le cambia el sentido. Este tal vez no es el caso para un colombiano, tal vez tampoco para un latinoamericano, pero sí para la mayoría que ven con otro lente (¿egoísmo cultural el mío?).
Ver las cosas así, fue lo que me llevó a asociar el último símil de la cadena. Recuerdo a través del tiempo tantas frases y conversaciones y ahora lamento no haberlas recopilado más sistemáticamente: “es que si uno ve a un indígena con botas ya no es indio”, “¡cómo es posible que tengan casitas pequeñas y antenas de televisión satelital!”, “hay que dejarlos conservar su artesanía”, “beben guaro como nosotros”, “debería dejarlos tranquilos en la montaña, para que no pierdan su lengua y sus costumbres”.
También en algún momento leí que era muy cómodo querer que conservaran su cultura y querer conservarlos así “puros”, como de museo, porque la mayoría de nosotros podemos ir a casa en la noche, dormir tranquilos y cómodos sabiendo que ese legado, duerme también y se preserva allá en alguna parte de la montaña.
En el “mainstream”, se da la bienvenida al producto parte la Escuela de lo Exótico. Ese es nuestro rol asignado. Escuela camaleónica que pasó del mágico (no del González), al revolucionario, más recientemente a lo femenino y ambiental (espero que no me tomen por misógino y destructor, ese no es el punto) y también al realismo de los imigrantes, delicuentes en sus variaciones y droga (cultivo y tráfico, experimentación, uso personal destructivo, uso recreativo, vidas perdidas... etc.).
Desde la experimentación de punta, a la de-construcción de la vida cotidiana en eso no vale (la pena) meterse. Para eso hay mucho en los países desarrollados. También para quien quiera, puede ahogarse en lo policial, histórico y demás. Por eso hagamos negocio, y fundemos La Escuela de los Ojos del Otro.
5 comentarios:
No te equivocás con Gabo, que alguna vez declaró que había aprendido a escribir sobre el caribe de... Graham Green. (parece broma pero termina siendo más bien lógico)
La Gioconda: La vi en las exactas condiciones que decís, detrás de un vidrio antibalas, diminuta, por 5 segundos mientras era arrastrado por un rio de gente que tiene prohibido detenerse frente a ella. No encuentro mejor forma de desmitificarla que haciendo así de famosa. Mientras tanto, la gente pasa junto Nike de Samotracia como si fuera un aviso que apunta a los baños, sin saber que esa piedra gigante y decapitada es el verdadero corazón del Louvre.
En cuanto a los indígenas, ya vamos mal desde que se discute que hay que hacer con ellos. Es una petición de prinicipio igual a hablar sobre el "problema judío".
Finalmente, lo más simpático del asunto es que en el primer mundo, nosotros los latinamericanos somos el equivalente de los indígenas en Costa Rica. Todo mundo quiere hoy tu exótica historia, pero tiene que ser exótica para que vos entonces te convirtás ya propiamente, como bien decías, en el otro. Cada cosa en su lugar y dios en la de los que mandan.
Es evidente que el mercado todo lo consume, por eso, las revueltas (políticas, literarias, filosóficas, etc.) terminan por ser un cartel publicitario en un centro comercial (o una pintura en el Louvre).
En ese sentido, la vía parece ser apostar por revueltas mínimas, que pasen desapercibidas a la mirada escrutadora y vigilante del "Gran Hermano".
Nosotros, desde nuestra latinoamericanidad, casi siempre abrimos nuestra mirada al otro, pero este otro nos consume como productos, y esto sucede porque en el fondo, no buscamos una manera de afirmarnos y construir nuestros paradigmas, sino que siempre esperamos la aprobación.
Historias mínimas, pequeñas revoluciones en el seno de nuestras comunidades, de nuestros países, sería una manera de afirmarnos.
Saludos.
Charlie, reconsiderá el título de la entrada: no es una "rabietilla", es una reflexión fundada en buenos argumentos.
Mirá, ver La Mona Lisa es un hecho que se diluye ante lo abrumador de la presencia de un Rembrandt, un autorretrato de Dürer y el mejor Van der Wyeden; y de Arcimboldo, ya que estamos en esto.
El blindaje, los pacos cagando a medio mundo por tomar fotos, los afeites, las portadas, los comentarios de contratapa que auguran espectacularidad, la imagen mística del indígena... todo esto forma arquetipos que muchas veces son decorativos y que no hacen justicia a la realidad y al grado en que las cosas deben ser apreciadas.
Saludos.
Gracias muchachos por comentar estas reflexiones, y perdón Memo si le puse rabietilla, pero agüeva agüevarme por estas varas...
Slds!
wow..un nuevo Helio Gallardo ha nacido!!! Bien Crlitos!
Publicar un comentario