8/24/2009

Una “rabietilla”


¿Qué tienen en común la Gioconda, Cien Años de Soledad (o más bien One Hundred Years of Solitude) y la moral que procura que los indígenas no deben perder sus costumbres y forma de vida por la intervención ajena?

Parece adivinanza de chiquillos, ¿verdad? Pero creo que si hay algo que las une. Mi respuesta es: la mirada del otro. Esa mirada del otro que cambia todo el sentido del objeto.

Ver a la Mona Lisa es como cuando un grupo de gente se para en la calle a ver un mismo punto curioso en el cielo. Uno no sabe bien qué es lo que está mirando, pero no se quiere quedar atrás. Sin lugar a dudas, la obra Da Vinci tiene méritos más que suficientes, pero fue la mirada de los otros la que transformó y trastornó a la Gioconda. El Louvre es este templo del arte, y millones peregrinan allí para ignorar la gran mayoría de la colección, pero eso sí, nunca irse sin ver por 10 segundos el cuadro de dimensiones modestas, vidrio antibalas, escoltado por miles de turistas. Una mina de oro, sin duda. La Mona Lisa se nos refrió: ahora es kitsch.

Leer Cien años de Soledad es un deleite. Ver cómo es consumida en el mundo desarrollado da náusea. Como la Giocanda, no es algo que hay que experimentar por el goce literario o artístico, sino que es algo que hay que consumir porque es el referente, (parce que il faut...) si no es eso... es Allende. Es experimentar a la América Latina inventada, la del tour mágico y misterioso (el otro), la que ahora queda como una guía turística de Lonely Planet. Esa mirada, esa forma de ver la cosa, le cambia el sentido. Este tal vez no es el caso para un colombiano, tal vez tampoco para un latinoamericano, pero sí para la mayoría que ven con otro lente (¿egoísmo cultural el mío?).

Ver las cosas así, fue lo que me llevó a asociar el último símil de la cadena. Recuerdo a través del tiempo tantas frases y conversaciones y ahora lamento no haberlas recopilado más sistemáticamente: “es que si uno ve a un indígena con botas ya no es indio”, “¡cómo es posible que tengan casitas pequeñas y antenas de televisión satelital!”, “hay que dejarlos conservar su artesanía”, “beben guaro como nosotros”, “debería dejarlos tranquilos en la montaña, para que no pierdan su lengua y sus costumbres”.

También en algún momento leí que era muy cómodo querer que conservaran su cultura y querer conservarlos así “puros”, como de museo, porque la mayoría de nosotros podemos ir a casa en la noche, dormir tranquilos y cómodos sabiendo que ese legado, duerme también y se preserva allá en alguna parte de la montaña.

En el “mainstream”, se da la bienvenida al producto parte la Escuela de lo Exótico. Ese es nuestro rol asignado. Escuela camaleónica que pasó del mágico (no del González), al revolucionario, más recientemente a lo femenino y ambiental (espero que no me tomen por misógino y destructor, ese no es el punto) y también al realismo de los imigrantes, delicuentes en sus variaciones y droga (cultivo y tráfico, experimentación, uso personal destructivo, uso recreativo, vidas perdidas... etc.).

Desde la experimentación de punta, a la de-construcción de la vida cotidiana en eso no vale (la pena) meterse. Para eso hay mucho en los países desarrollados. También para quien quiera, puede ahogarse en lo policial, histórico y demás. Por eso hagamos negocio, y fundemos La Escuela de los Ojos del Otro.