El pedo que se tiró el tipo del orinal del lado me recordó el sonido de la trompeta de Miles Davis. No el Miles de Kind of Blue, sino uno más atorrante, como el de The Man with the Horn. Aunque si se examinaba mejor, fue un pedo que invitaba a emular el mood de So What. Yo esperaría que Miles no lo tome a mal. Se necesita confianza y familiaridad para disfrutar de tal comparación sin rencores.
Pensaba eso mientras me subía la jareta. Los dedos conceptualmente sucios, según las indicaciones del Ministerio de Salud, por lo que paso seguido, me acerqué al lavatorio para asearme las manos de aquellos villanos invisibles. En ese momento, el intérprete del cornetazo se colocó en el lavatorio de la par. No lo quise mirar, ni a la cara y menos a los ojos, para no marcar mi memoria con su rostro de criminal.
Y mientras frotaba mis manos y hacía espuma con el jabón líquido que obtuve del dispensador estándar, me entretuve recordando como en mi adolescencia, mis amigos y yo en nuestra jerga púber denominábamos las flatulencias como pedales, y desde entonces asocié el movimiento circular del pedaleo de la bicicleta, con el movimiento de una ametralladora del siglo XIX, de esas que eran accionadas por alguien que hacía girar una palanca que parecía un pedal de bicicleta.
Así, abrí la puerta para salir de la batería de baños, le cedí el paso al perpetrador de aquel Hinderburg a escala, y sonreí agradecido por la cadena de recuerdos y asociaciones, incluida la trompeta de Miles.
3 comentarios:
Muy ocurrente!
Jejeje. Hermoso texto. Una miniatura cuasi exótica.
Gracias Jill por el comentario.
Gracias Alex, (viniendo de vos, tomo alegre el cumplido)
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