Tengo una debilidad por la ambigüedad. La ambigüedad es el camino a los caminos, la ambigüedad es una sugerencia que se convierte en miles, jamás una y solo una obligación.
Con la ambigüedad, quien lee o interpreta no solo experimenta la creación, sino que al mismo tiempo crea.
La ambigüedad en la política y las relaciones humanas es un arma que casi siempre hiere, engaña, es odiosa e inmoral; gracias Dios, que en la literatura y el arte la ambigüedad puede ser tan odiosa e inmoral como hermosa, virtuosa y trascendental.
El jueves vi Esperando a Godot de Beckett en el Royal Theatre de Brighton, interpretaban Ian McKellen (más conocido por su rol de Gandalf o Magneto) y Patrick Stewart (Capitán Picard de Star Trek TNG, o Xavier de X men).
¿De qué putas se trata Esperando a Godot? No tengo ni la más remota idea. ¡Pero qué obra más buena! Sir Ian McKellen y mi favorito, Stewart, sostuvieron la obra por casi dos horas y treinta minutos con la acción entrenada y entregada de sus cuerpos y mentes (nada de musiquita, efectitos etc.) Me reí mucho, me deprimí a ratos, sentí ternura, rabia también, soledad, pero repito: no tengo la más mínima idea de qué se trató la obra... y como dije, ¡me encantó!
Pero no me importa... yo quiero seguir, con Vladimir y Estragon, esperando a Godot...