Colgó el auricular del teléfono público del aeropuerto y mientras lo hacía trataba de poner remedio en su mente a cuál sería la mejor manera de darle la noticia. Abrió el zíper de su maleta, donde cargaba el alma de su amigo y una vez descubierta una hendija lo escuchó preguntar.
―¿Qué dijeron?
―Dijeron que hace pocos minutos el cuerpo murió― había decidido decirle las cosas de manera directa y veraz.
―!Significa que funcionó! mi cuerpo puede estar muerto pero aquí sigo conciente― profirió ansiosa y positiva la voz dentro de la maleta.
―Será por poco tiempo. Aunque huyamos de zona horaria en que espiró el cuerpo ―se esmeró en decir el cuerpo y no llamarle por tu― tarde o temprano también te alcanzará. Restan aproximadamente siete horas.
―Sigo condenado.
El que cargaba la maleta no puso atención a esta última frase, sino que se preocupaba por como proceder a continuación. Qué se puede hacer en las últimas siete horas de un alma en pena. ¿Seguir huyendo del huso horario para sobrevivir? ¿Sentarse frente al mar o en una montaña para buscar un final y una experiencia trascendental o suavemente asfixiar el alma del amigo para evitarle la zozobra?
―¿Qué quiere hacer ahora? ―compartió su preocupación con el que estaba enmaletado.
―Has sido muy bueno conmigo, al punto de que estemos hoy aquí.
―No ha sido nada...
―No diga eso, lo hace sonar como deber.
―¿Qué quiere hacer? ― repitió con algo de culpa por insistir en el tema.
―¿Qué dijeron?
―Dijeron que hace pocos minutos el cuerpo murió― había decidido decirle las cosas de manera directa y veraz.
―!Significa que funcionó! mi cuerpo puede estar muerto pero aquí sigo conciente― profirió ansiosa y positiva la voz dentro de la maleta.
―Será por poco tiempo. Aunque huyamos de zona horaria en que espiró el cuerpo ―se esmeró en decir el cuerpo y no llamarle por tu― tarde o temprano también te alcanzará. Restan aproximadamente siete horas.
―Sigo condenado.
El que cargaba la maleta no puso atención a esta última frase, sino que se preocupaba por como proceder a continuación. Qué se puede hacer en las últimas siete horas de un alma en pena. ¿Seguir huyendo del huso horario para sobrevivir? ¿Sentarse frente al mar o en una montaña para buscar un final y una experiencia trascendental o suavemente asfixiar el alma del amigo para evitarle la zozobra?
―¿Qué quiere hacer ahora? ―compartió su preocupación con el que estaba enmaletado.
―Has sido muy bueno conmigo, al punto de que estemos hoy aquí.
―No ha sido nada...
―No diga eso, lo hace sonar como deber.
―¿Qué quiere hacer? ― repitió con algo de culpa por insistir en el tema.
Estaban en medio de la terminal del aeropuerto, la gran parte de la gente caminaba con equipaje, otros limpiaban el piso o chequeaban boletos. Escuchó de nuevo la voz de su amigo desde la oscuridad del bulto, entre llamados de vuelos y recordatorios de seguridad.
―Tal vez nos podemos quedar aquí. Nos sentamos en una banca. Es un aeropuerto y si preguntan podemos decir que estamos en tránsito.
6 comentarios:
Carlos que bueno leerte. Ojalá que todo ande muy bien por allá. Un abrazo, Laura Guido
Me conmovió la situación que cuenta el relato.
La transmigración de las almas o buen relato.
Saludos.
Me encanta la foto. Es precisamente esa sensación de no estar en ningún sitio, de no poder ni siquiera morirse porque estás fuera del tiempo.
Un cuento a lo Tim Burton...¡Qué bien!
me encanta... amo leer algo y sentir que estoy ahi, sentir lo que sienten ellos...
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