Los antropólogos son entusiastas cuando de historias se trata. No hay nada mejor que un buen mito o una serie de narraciones fundamentales, esas que explican la cosmovisión de un grupo de personas, vivan en una aldea del Amazonas o en la ciudad más desarrollada de Occidente.
El estudio de las narrativas (de las culturas, las organizaciones, las campañas políticas etc.) es una herramienta que se emplea en la actualidad para conocer ese contenido de lo que llaman discursos en competencia.
No hace mucho casi todo el mundo experimentó el encanto de la narrativa de Barack Obama, especialmente con la narrativa del Sueño Americano, y como este sueño estaba siendo truncado (los republicanos) pero que a la vez tenía la posibilidad de auto redimirse y demostrar una vez más que todo es posible en América (EE.UU).
Y qué mejor forma de hacerlo que votando por un joven político negro hijo de un padre Keniano y musulmán, de madre blanca originaria de Kansas, con familia radicada en Hawai etc. etc. etc.
Una narración que le dio sentido e inspiró a millones de personas.
¿Qué tiene que ver eso con la narrativa de la narrativa costarricense? Pues pensando en antropólogos y en Obama, me puse a cavilar en cuál es la narrativa, la historia que nosotros nos hacemos, de nuestra literatura.
No es una foto que tengo completa, pero creo que así es mejor, porque tiene más cara de mito. Y es algo como la siguiente:
Unos 300 años después de que Cervantes terminara la primera parte del Quijote, Joaquín García Monge escribió en 1900 la primera novela costarricense llamada El Moto (que en la actualidad alguien puede pensar que es de un chavalo de Desampa que anda en Vespa), que según dicen no fue la primero... que más bien fue la de un guatemalteco... pero bueno...
A partir de ahí tenemos una literatura que comienza a gatear en hombros de gigantes con autores cómo Carlos Gagini y Magón, (pero en los nombres no nos vamos concentrar, más por ignorancia que por miedo a dejar de mencionar a alguien).
Lo que fue costumbrista, dio paso luego a una literatura comprometido con el ardor social de treintas (Carmen Lyras, Calufas...) esto sin dejar por fuera (otra vez) a aquellos otros que se exiliaron y rechazados tuvieron que buscar espacio para su obra en entornos artísticos más estimulantes (Yolanda, Eunice). Max tenía plata, esa es otra historia.
Están los vanguardistas, muy buenos en lo formal y existencial, comprometidos como sus antecesores y que se inmortalizaron gracias a las lecturas obligatorias de secundaria.
Luego los desilusionados, y luego la ola tocada por la Guerra en Nicaragua, donde por algún momento hubo atención del mundo y se quiso que algo se nos pegara (para la cooperación internacional y las noticias), aunque fuera como lugar de refugio de gente llamativa.
Luego la posguerra y el posible amparo en el feminismo, la homosexualidad o la ecología.
Y en la actualidad todo esto y más mezclado con el dilema post modernista (Foucault sí, Foucault no) de hacer versos que mencionen un lugar en Shangai, otro en Bielorrusia, y otro, por supuesto, en Costa Rica para sentirnos parte del mundo globalizado (mea culpa que lo hago) y, descargados un poco del dilema del ser costarricense, pero llevando, tal vez, los tres peores y perennes estigmas que impone la narrativa de la narrativa costarricense:
La literatura de Costa Rica no es importante porque aquí no hubo guerras. (Beto Cañas)
En Costa Rica no pasa nada desde el Big Bang (C. Cortés y otros)
Orfandad: no hay Shakespeares o Victor Hugos o Cervantes, (Darios, Asturias o afines), todos nos influencian, todos son nuestros pero ninguno lo es al mismo tiempo. (el mundo que nos ignora, o que más bien, no sabe de nuestra existencia.)
En síntesis, la narrativa de una literatura adolescente, que por no tener guerras alrededor, y ser un microcosmos donde no pasa nada.... se tiene que conformar con ser una rareza de esquina, pero asequible a un precio elástico. Que no puede escribir nada interesante y valedero, menos universal.
Es una reflexión inconclusa ―no guevón...― pero con pretensión sediciosa. Tal vez alguno la quiera refutar o complementar abajito, en los comentarios, y ahí hacemos una buena batidora.
PD: En la foto, la vaca disfrazada de paloma.
El estudio de las narrativas (de las culturas, las organizaciones, las campañas políticas etc.) es una herramienta que se emplea en la actualidad para conocer ese contenido de lo que llaman discursos en competencia.
No hace mucho casi todo el mundo experimentó el encanto de la narrativa de Barack Obama, especialmente con la narrativa del Sueño Americano, y como este sueño estaba siendo truncado (los republicanos) pero que a la vez tenía la posibilidad de auto redimirse y demostrar una vez más que todo es posible en América (EE.UU).
Y qué mejor forma de hacerlo que votando por un joven político negro hijo de un padre Keniano y musulmán, de madre blanca originaria de Kansas, con familia radicada en Hawai etc. etc. etc.
Una narración que le dio sentido e inspiró a millones de personas.
¿Qué tiene que ver eso con la narrativa de la narrativa costarricense? Pues pensando en antropólogos y en Obama, me puse a cavilar en cuál es la narrativa, la historia que nosotros nos hacemos, de nuestra literatura.
No es una foto que tengo completa, pero creo que así es mejor, porque tiene más cara de mito. Y es algo como la siguiente:
Unos 300 años después de que Cervantes terminara la primera parte del Quijote, Joaquín García Monge escribió en 1900 la primera novela costarricense llamada El Moto (que en la actualidad alguien puede pensar que es de un chavalo de Desampa que anda en Vespa), que según dicen no fue la primero... que más bien fue la de un guatemalteco... pero bueno...
A partir de ahí tenemos una literatura que comienza a gatear en hombros de gigantes con autores cómo Carlos Gagini y Magón, (pero en los nombres no nos vamos concentrar, más por ignorancia que por miedo a dejar de mencionar a alguien).
Lo que fue costumbrista, dio paso luego a una literatura comprometido con el ardor social de treintas (Carmen Lyras, Calufas...) esto sin dejar por fuera (otra vez) a aquellos otros que se exiliaron y rechazados tuvieron que buscar espacio para su obra en entornos artísticos más estimulantes (Yolanda, Eunice). Max tenía plata, esa es otra historia.
Están los vanguardistas, muy buenos en lo formal y existencial, comprometidos como sus antecesores y que se inmortalizaron gracias a las lecturas obligatorias de secundaria.
Luego los desilusionados, y luego la ola tocada por la Guerra en Nicaragua, donde por algún momento hubo atención del mundo y se quiso que algo se nos pegara (para la cooperación internacional y las noticias), aunque fuera como lugar de refugio de gente llamativa.
Luego la posguerra y el posible amparo en el feminismo, la homosexualidad o la ecología.
Y en la actualidad todo esto y más mezclado con el dilema post modernista (Foucault sí, Foucault no) de hacer versos que mencionen un lugar en Shangai, otro en Bielorrusia, y otro, por supuesto, en Costa Rica para sentirnos parte del mundo globalizado (mea culpa que lo hago) y, descargados un poco del dilema del ser costarricense, pero llevando, tal vez, los tres peores y perennes estigmas que impone la narrativa de la narrativa costarricense:
La literatura de Costa Rica no es importante porque aquí no hubo guerras. (Beto Cañas)
En Costa Rica no pasa nada desde el Big Bang (C. Cortés y otros)
Orfandad: no hay Shakespeares o Victor Hugos o Cervantes, (Darios, Asturias o afines), todos nos influencian, todos son nuestros pero ninguno lo es al mismo tiempo. (el mundo que nos ignora, o que más bien, no sabe de nuestra existencia.)
En síntesis, la narrativa de una literatura adolescente, que por no tener guerras alrededor, y ser un microcosmos donde no pasa nada.... se tiene que conformar con ser una rareza de esquina, pero asequible a un precio elástico. Que no puede escribir nada interesante y valedero, menos universal.
Es una reflexión inconclusa ―no guevón...― pero con pretensión sediciosa. Tal vez alguno la quiera refutar o complementar abajito, en los comentarios, y ahí hacemos una buena batidora.
PD: En la foto, la vaca disfrazada de paloma.